sábado, 7 de noviembre de 2009

Un gran actor para un gran texto

Walter Santa Ana realiza una magnífica composición en la obra de Beckett que dirige Juan Carlos Gené

Krapp, la última cinta magnética
, por Samuel Beckett. Intérprete: Walter Santa Ana. Traducción, voz que introduce y dirección: Juan Carlos Gené. Música: Luis María Serra. Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo. Luces: Miguel Morales. Voz que canta: Livia Fernán. Textos de la introducción: S. Beckett. Duración: 60 minutos. Sala Cunill Cabanellas del San Martín.

Nuestra opinión: excelente

Krapp está tan estropeado que puede tener cualquier edad, entre los ochenta y la muerte. De sus bolsillos y de los cajones de su dilapidado escritorio, colmado de libros y papeles, brotan los objetos más heterogéneos: trozos de piolín, peras de goma, un rollo sin terminar de papel higiénico, fragmentos de utensilios irreconocibles, facturas, bananas, cintas de grabadora. La grabadora -un mamotreto de museo- señorea sobre el escritorio, mientras Krapp busca, fatigosamente, el carrete número cinco que estaría en la caja número tres. En la búsqueda, va descartando y arrojando al voleo todas aquellas cosas que, al parecer, ha ido acumulando sin ton ni son, por desidia o porque pensó que eventualmente las necesitaría. Encuentra por fin la cinta esquiva y comienza a escucharla. La grabó cuando tenía treinta y nueve años.

¿Por qué precisamente esa cinta, ese tiempo, esas circunstancias? Beckett no lo revela: el contrapunto entre el Krapp que fue y la ruina que hoy vemos (y oímos, porque este hombre es una ruina parlante), prueba la dolorosa realidad de la decadencia física y el término inexorable, que a todos nos aguardan. Pero en ese sumergirse en el mar insondable de la memoria parecería haber, para él, una forma de felicidad: evoca con indudable placer a las mujeres que lo amaron, Effie, Fanny y otras; recuerda días de sol, paseos por el campo, una canción nostálgica que el viento traía de lejos, personas que le importaron y otras que no. Tras oír su voz fresca de entonces, empuñará el micrófono y, con su graznido actual, grabará comentarios sobre lo que acaba de escuchar. Es evidente que, de a poco, Krapp se va confundiendo con la sombra que lo envuelve, rescatado parcialmente de ella tan sólo por el único charco de luz, arrojado por la lámpara sobre ese escritorio que es la figura de su existencia atroz. Hasta que la sombra lo devora. Pero queda el eco de aquella canción, como una ráfaga de esperanza.

Únicamente Shakespeare y Chejov, cada uno a su modo, se arriesgaron a semejante requisitoria contra la mera rutina de vivir; de sobrevivirse, mejor dicho. Beckett se les pone a la par, con el lenguaje de nuestro tiempo. Este es un formidable edificio verbal y se necesita un gran actor para sostenerlo, con la voz no ya como un solo instrumento, sino como una orquesta completa. Y ese gran actor es Walter Santa Ana, con una máscara impresionante, un asombroso dominio corporal, la destreza vocal y la comprensión profunda de la alquimia que se opera, en este texto asombroso, entre la poesía del horror y la poesía del humor. Claro que hay aquí también un director de altísima calidad -Gené, maestro de maestros- y la atención minuciosa, característica del San Martín, puesta en todos los detalles.

Ernesto Schoo

Fuente: La Nación

No hay comentarios: