lunes, 23 de noviembre de 2009

"Sigue siendo un misterio el éxito de Chicago 20 años después de su estreno"

John Kander

Benjamín G-ROSADO

John Kander y el desaparecido Fred Ebb son los padres de algunos de los musicales más famosos de las últimas décadas. El próximo jueves, el Teatro Coliseum de Madrid lleva a la Gran Vía Chicago, obra maestra de la factoría Kander & Ebb, en un reparto españolizado que protagonizan Natalia Millán, Marcela Paoli y Manuel Bandera. El compositor de Cabaret o New York, New York ha hablado con El Cultural sobre las “veleidades del éxito”.

Si frecuentar los lugares y momentos oportunos tuviera categoría olímpica, John Kander (Missouri, 1927) sería plusmarquista y no compositor. Sus primeras marcas personales en el prestigioso Oberlin College de Ohio pronto le valieron una plaza en la alta competición de la Universidad de Columbia, en el Nueva York de mediados de siglo, donde los “hijos de la depresión” -se autodenomina Kander desde su estudio de Manhattan- parecían haber encontrado en el musical un rentable catalizador de los titulares de prensa. “Asesinatos, avaricia, corrupción, explotación, adulterio y traición: todas esas cosas que amamos y llevamos con cariño cerca del corazón... ”. Así arranca Chicago (1976), la obra maestra del dúo musicodramatúrgico Kander and Ebb que llega este jueves al Teatro Coliseum de Madrid en una ostentación de vigencia: “Treinta y tres”, grita el elenco español para la foto en una Gran Vía que no ha escatimado en bombillas de bajo consumo para acercarse al Broadway más dorado.

-¿Qué se cocía en la Columbia por aquel entonces que ha generado tanto talento musical?

-El ambiente era inigualable. En mi caso, tuve la suerte de entrar en contacto con Douglas Moore, compositor y responsable del departamento de música de la Universidad. Doug pronto se convirtió en mi amigo y padrino. De su ambivalencia como compositor de música clásica y para musicales aprendí el amor por el oficio.

-¿Qué condiciones propiciaron tal aluvión de estrenos ?

-La clave estaba en la sencillez. Las obras de teatro no tenían que girarse obligatoriamente, ni requerían una previsión detallada de ingresos y gastos, como ahora. Nuestro lema, que sirve hoy de eslogan a una marca de ropa deportiva, rezaba así: “Just do it”. En cuanto demostrabas que eras un profesional serio, la comunidad teatral te abría las puertas de par en par. La pregunta es: ¿nos equivocamos? No lo sé, pero ese riesgo era la única forma de entrar en contacto con los productores. Pertenezco a la última generación de artistas a la que se le permitió equivocarse, que tenía licencia para fallar.

Un jefe de sí mismo
-Empezó de cover de piano en el West Side Story de 1963. ¿Consideró alguna vez la idea de ganarse la vida como pianista?

-Acaricié la posibilidad en mis primeros años en la ciudad. Pero no tenía la actitud que requiere un solista, y lo cierto es que me sentía muy incómodo tocando en público.

-¿Tanto como cuando trabajaba para el cine? A usted le debemos el New York, New York que popularizó Frank Sinatra...

-No es que me sintiera incómodo trabajando para cine o televisión. Pero, lejos de la Quinta Avenida, donde yo era mi propio jefe, había que elegir bien las colaboraciones. Con Robert Berton, por ejemplo, hice muy buenas migas desde Kramer contra Kramer.

-Entre tanto ego, ¿dónde acababa Kander y empezaba Ebb?
-Fred y yo nos compenetrábamos tanto que la línea que separaba uno de otro nunca estaba clara, pese a que mis competencias fueran musicales y las suyas, dramatúrgicas. Nos encerrábamos en su estudio y podíamos pasar horas improvisando sobre un personaje hasta que, por fin, poníamos en su boca las palabras y la música adecuadas. La fórmula funcionó desde el mismo día en que nos conocimos y hasta la muerte de Ebb en 2004, 42 años después.

-Se ha hablado de ustedes como los herederos de Gilbert & Sullivan, del teatro musical de la época victoriana.

-En realidad, G&S no trabajaron mucho tiempo juntos, cara a cara, y la mayor parte de su obra se recopiló de la correspondencia que mantuvieron. No se puede decir lo mismo de nosotros. Fred vivía a cuatro manzanas de mi casa. él era como de mi familia.

Fuente: El Cultural

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