martes, 24 de noviembre de 2009

“No le vamos a regalar la palabra Patria a la derecha”

Realidades. Imponente como Medea (izq.) y en la sencillez del jardín hogareño

Cristina Banegas

Deslumbra en el teatro con Medea y sigue en televisión con Tratame bien. La atracción por la tragedia y el teatro como espejo de la sociedad. Su intervención en Carta Abierta y el momento de pensar el país. Mujer de estirpe actoral y participación política. Por Raquel Roberti

Cuando se mudó a un tranquilo pasaje de Palermo, pensó en ofrecer a sus visitantes un shock de naturaleza. Y lo consiguió. Entrar a la casa de Cristina Banegas es recibir una sobredosis de jardín: las plantas cubren los muros, las flores se abren espléndidas y el murmullo del agua en una fuente pequeña predisponen a una charla sin tiempos. Justo lo contrario de lo que vive a diario la actriz: realiza cinco funciones semanales de Medea en el San Martín –por la que recibió críticas muy elogiosas–, personifica a una psicóloga en los capítulos de Tratame bien (miércoles a las 22,30 por Canal 13), codirige El Excéntrico, el estudio teatral que fundó hace más de veinte años, y participa en las reuniones de Carta Abierta. Tanta actividad desmiente la imagen frágil de esta mujer que, desde 2000 hasta la fecha, tuvo 20 nominaciones por sus trabajos como actriz (en teatro, cine y televisión) y como cantante de tango, y muchas se convirtieron en premio, como el Martín Fierro 2008 al mejor protagonista de unitario por su participación en Mujeres asesinas. En los últimos dos años se dedicó, junto a Lucila Pagliai, a preparar la versión de Medea en base a textos en griego, francés y cinco traducciones al castellano. Ahora, dice que es “bestial hacer cinco funciones por semana” y toma un té que endulza con miel de caña “para la gola”, afectada por los requerimientos de la obra.

–¿Por qué el deseo de hacer Medea?

–Porque es un texto extraordinario. Trabajar sobre la tragedia griega es insólito, son textos escritos hace 2.500 años pero uno los diría hoy y dentro de veinte años. Esa pasión, esa relación con el poder, esa venganza, eso que tiene la tragedia, imparable, que se desencadena y nadie puede detener, es muy atractivo y movilizador.

–En Tratame bien hace un papel diametralmente opuesto, ¿cómo va de un personaje a otro?

–Medea me cansa mucho, salgo extenuada, pero esta psicoanalista es un personaje cálido, hay un clima de trabajo excelente y el producto es bueno. Ni hablar de las actuaciones, para mí es un lujo estar en una especie de seleccionado, donde siempre hay actores de primera, Luppi, Leonor Manso, uno detrás de otro. Aunque nunca me toca actuar con ellos porque, en general, estoy con Cecilia Roth y Julio Chávez, a veces con mi novio, Norman Briski, con quien me divierto. Nos llevamos muy bien. Lo maté varias veces, él me mató a mí, y ahora estamos de novios. Es un placer hacer televisión así.

–De la tragedia al psicoanálisis, ¿los argentinos vivimos así?

–Sí. Somos muy analizados, es una fuerte marca de identidad cultural. Y en los últimos años la ficción cruzó temas de nuestra historia, como los desaparecidos o la trata de blancas, con el teleteatro, que me parece muy audaz. La construcción de ficción sobre el fondo de la realidad es atractiva y agrega algo al trabajo del actor y al espectador. Es, tal vez, más inquietante y más conmovedor, porque uno sabe que eso ocurrió. Por suerte, este año la tele no me deja de cama, como Mujeres asesinas, que fue bravísima. Grabar en lugares inhóspitos, muchas horas, lejos de casa, haciendo cosas tremebundas. No hubiera podido y además, con Medea, tenía cubierto el rubro de mujeres asesinas.

–En Medea todo se justifica por amor, ¿coincide?

–Sí, aunque como dice Medea, en el caso de Jasón es el amor por el poder. Jasón la traiciona al resolver su situación de exiliado casándose con la hija de Creonte, el gobernante de Corinto. La deja en banda y tiene que partir con sus hijos al exilio, para los griegos un castigo más poderoso que la muerte. Así que la traición no es poca cosa. Es la pasión la que genera los actos locos de los hombres, y de las mujeres, sobre todo los de destrucción. Pero creo que es una problemática muy vinculada con el mundo del poder. Para los griegos los extranjeros, como Medea, eran bárbaros. Y no sólo para los griegos, en la actualidad también hay bárbaros en el primer mundo, ¿no? Hay una cuestión seria de discriminación y Medea actúa en consecuencia, usando sus poderes de princesa hechicera. Claro, hace un desastre, pero eso es una tragedia. Los griegos decían que para que se produjera la catarsis, tenían que causar terror y piedad o compasión. Y en esas fiestas dionisíacas, en esos teatros maravillosos, se hacían dos tragedias y una comedia. Debía estar bueno.

–Palabras de su respuesta: poder, justicia, exclusión...

–Ahí radica la vigencia de una obra clásica, además de la belleza extraordinaria del texto, de la poética, de la profundidad, de la inteligencia... Hay un momento en que digo: “Ay, dioses, por qué nos enseñaron a distinguir el oro falso y no imprimieron en el cuerpo de los hombres alguna marca natural que nos permita reconocer a los perversos”. Es fantástico, un gran olvido de los dioses.

–Temas que, como firmante de Carta Abierta, la convocan.

–Ya no voy a las reuniones de los sábados. Estoy liquidada y a veces tengo actividad en El Excéntrico, donde preparamos los trabajos para fin de año. Pero firmé, participé y hasta leí algún texto en el Congreso. Me parece muy interesante que exista un espacio tan horizontal, donde la gente interviene, piensa y debate por asamblea. Es un momento en el que se discuten cosas centrales, de fondo, relacionadas con la construcción de nuestro país, de nuestra Patria, porque no le vamos a regalar esa palabra a la derecha... Estoy muy contenta con la nueva de Ley de Medios, era importante que saliera y creo que expusieron las mejores cabezas en todos los temas, con calidad de reflexión, pensamiento y formación de sentido crítico. Está bien que los monopolios defiendan sus dinerillos como sea, pero tampoco nos vamos a dejar confundir tanto. Así como hay muchas cosas en las que disiento y soy bastante reticente a ir a actos oficiales, cuando hay que ir a la plaza, voy, como ciudadana argentina.

–Ahora se discute la reforma política, ¿recuerda otra época de tanto debate?

–Desde el regreso a la democracia hasta ahora, me parece que no. Por supuesto, en el gobierno de Alfonsín hubo bastante, con la Conadep y los juicios a las juntas. También cosas más complicadas, la ley de Obediencia Debida y Punto Final, los indultos de Menem. Hoy, más allá de los errores que podemos criticar, porque está muy bien que critiquemos a nuestros gobernantes, es el gobierno en el que más posibilidades hay de intervención, participación, pensamiento, discusión, de pensar el país, que no es poca cosa.

–Dice que el teatro muestra lo que no se quiere ver, ¿qué muestra hoy?

–No sé si puedo contestar. En este momento lo que se hace en espacios alternativos es una multiplicidad de historias, imágenes, reelaboraciones de la historia argentina. Hace muy poco terminamos un trabajo en El Excéntrico, Los Mansilla, basado en la dramaturgia de José González Castillo, ubicada sobre el fondo de la Semana Trágica. La obra de Kartún, Ala de criados, también trabaja sobre la Semana Trágica. La pesca, de Bartis, que en todas sus obras hace metáforas de nuestro país. Uno podría decir que es un gran rompecabezas donde todos somos parte de un imaginario argentino. Nunca como ahora hubo tantos teatros. Y que tenga la posibilidad de ser el reflejo de aquello que no se puede mirar, que no se ve de nosotros mismos, de nuestra identidad, es extraordinario.

–Dice que actuar no es gratis. Además de lo físico, ¿cómo se paga?

–Cuando pasé por situaciones personales graves, como la enfermedad y muerte de mi padre, me resultó muy difícil actuar. Eso que significa hacer un corte en el tiempo, en la subjetividad, ir a otro lugar, decir palabras que no son las que uno diría, llorar o reír... es una descarga de adrenalina, una situación de cornisa, de riesgo, la construcción de una presencia muy poderosa, que también deja un gran vacío. Alberto Ure decía que nada se escribió sobre cómo se deconstruyen los personajes, qué hacer después de la última función. La sensación es de síndrome de abstinencia, hay una hora del día en que se siente una energía con la que no se sabe qué hacer, es la memoria del cuerpo, son granadas que estallan en la cara porque ya no hay obra donde tirarlas. Actuar requiere mucha ofrenda.

–Y el personaje es parte de lo cotidiano...

–Sí, pero no en términos de que me confundo yo y el personaje. No tengo ese problema, hace mil años que me analizo, también en eso soy argentina. No estoy sicótica, pero sí hay algo fuerte ahí que se mueve.

–Actúa, dirige, enseña, escribe, canta, ¿alguna actividad le atrae más que otra?

–Me gustaría mucho escribir. Digo en broma, y no tanto, que soy la monja del teatro porque me impone una vida casi monacal, qué como, cuándo y cuánto descanso. El año que viene voy a dirigir una obra de Griselda Gambaro, El desatino, en La Comedia de La Plata. Y seguramente habrá más cosas, pero no están definidas. Tengo en stand by el tercer disco de tango y puede ser que lo concrete el año próximo, pero parece que hago uno cada cinco años. Estos dos años de Medea me ocuparon y ahora me manda a dormir la siesta, algo que no hacía desde mi año y medio. Cada personaje te pide algo, como un fantasma que desde algún lugar del imaginario reclama algún alimento. Pero me lo voy a tomar con calma. Hasta que termine Medea no tengo posibilidad vocal de cantar ni siquiera en la ducha. Tengo que recuperarme, pero para eso lo que tengo que hacer es no hablar, es decir, callarme.

Fuente: Veintitres

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