El director había obtenido del propio autor la autorización para montar la obra hace cincuenta años, pero no lo concretó “tal vez por la crueldad de su tema”. “La obra habla sobre la indiferencia del universo respecto del dolor humano”, asegura.
Por Cecilia Hopkins
Imagen: Pablo Piovano
A cien años del nacimiento del rumano Eugène Ionesco –uno de los dramaturgos más renombrados del llamado Teatro del Absurdo–, el director Francisco Javier resolvió concretar el estreno de una de sus obras, Asesino sin salario (Tueur sans gages). De este modo, el director está saldando una cuenta pendiente que tenía consigo mismo, ya que esta puesta fue proyectada por él en 1959, año en el que había conseguido del propio Ionesco la autorización para adaptar la pieza. La obra puede verse los sábados y domingos en el Actor’s Studio (Díaz Vélez 3842), con un elenco compuesto por Carlos Silva, Roberto Saiz, Gabriel Rossi y Claudia Zima. El diseño de la escenografía y el vestuario pertenecen a Carlos Di Pasquo y los efectos sonoros están a cargo de Ramón Orihuela.
Además, Francisco Javier acaba de editar un libro, Volver al principio, en el cual resume sus experiencias anteriores en el montaje de otras obras del mismo Ionesco. Apasionado por la lectura de la obra de Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Javier descubrió el teatro de Ionesco en la década del ’50, cuando leyó La lección, pieza estrenada en París en 1951. Junto a un grupo de actores jóvenes, el director montó en Buenos Aires esa misma obra y, más tarde, Santiago y la sumisión, pieza de 1955. Al mismo tiempo que desarrollaba su labor escénica, Javier se dedicó a difundir la obra de Ionesco mediante conferencias y artículos periodísticos. “Fue así como en 1956, tres años después del estreno argentino, ofrecíamos La lección en una sala emblemática del teatro independiente de 150 localidades, ante espectadores si no entusiastas, por lo menos vivamente interesados”, recuerda en su libro.
Esta tarea de difusión fue finalmente premiada por la embajada francesa con una beca que en 1957 le permitió al director estudiar durante tres años en el Théâtre National Populaire, que dirigía Jean Vilar. Ya para entonces, en París, la obra de Ionesco comenzaba a interesar al público y a la crítica. Tanto es así que en una pequeña sala del Barrio Latino, La Huchette, se ofrecían en doble programa La cantante calva y La lección. Lo curioso es que, informa Javier, estas dos obras aún continúan en cartel en el mismo teatro, con su diseño original, con incontables actores y actrices que asumieron los roles de ambas en más de cincuenta años.
Siempre se dijo que Ionesco proponía un “antiteatro” porque se alejaba de todo lo que caracterizó al teatro de su tiempo: si los críticos juzgaron negativamente a La cantante calva fue porque, como observa Javier en la entrevista con Página/12, “la obra no contaba ninguna historia, sus personajes no respondían a una estructura psicológica, usaban términos y frases que parecían responder a juegos humorísticos... y porque en la obra no aparecía ninguna cantante calva”. Uno de los rasgos distintivos de toda la obra de Ionesco fue su voluntad de problematizar el lenguaje: “Sus personajes emiten interminables diálogos que, en definitiva, no son más que monólogos, porque no existe comunicación entre ellos”, comenta Javier. En su libro actualiza el tema refiriéndose al mundo de la política, “en el que el discurso corresponde de la manera más ambigua a la realidad de la visión ya distorsionada por los intereses de los que ejercen el poder”.
Javier observa que, con los años, “Ionesco fue considerado no sólo como un innovador sino como un autor con mucho para decir, porque tiene la actualidad de todo gran dramaturgo”. Y refuerza su opinión refiriéndose a la última producción del Barrymore Theatre: “Uno de los éxitos de Nueva York de estos días es la puesta de El rey se muere, con Susan Sarandon en el rol de la reina Margarita”. Si bien el teatro de Ionesco es, según expresa el director, “un teatro alucinado, con personajes autistas y obsesivos como salidos de un mal sueño”, su teatro es también burlesco, humorístico. De allí que el autor rechazara la denominación Teatro del Absurdo para reemplazarla por la de Teatro de Irrisión, por más que sus obras activen una risa que en el espectador luego acierta a trocarse en un sentimiento de angustia. La historia que despliega Asesinos... despierta, según Javier, el desasosiego de “comprender que todos estamos librados al hecho de estar en el mundo, sabiendo que en cualquier momento podemos dejar de existir. Y que no hay queja posible al respecto. En definitiva, la obra habla sobre la indiferencia del universo respecto del dolor humano”, afirma. ¿Y por qué no realizó la puesta de Asesinos... cuando se lo propuso, hace cincuenta años? “Tal vez la crueldad de su tema me detuvo”, analiza el director, y agrega: “Porque si bien el autor plantea siempre situaciones inverosímiles, lo que en las obras ocurre está peligrosamente cerca de lo posible”, concluye.
Fuente: Página 12
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