martes, 3 de noviembre de 2009

La Plata va y viene

REIMON Y ANTOLIN

COMPARTEN MOVIDA, GRABACIONES CASERAS Y VIDAS ALGO DESORDENADAS. MIENTRAS QUE ANTOLIN VIENE DEL PALO LITERARIO Y SACO BUEN FINDE, UN PEQUEÑO FENOMENO ONLINE; REIMON, EN CAMBIO, CURTE EL UNDER PLATENSE Y EDITO LA VUELTA AL MUNDO, UN ALBUM IDEAL PARA ALEGRAR LAS MAÑANAS

Por Juan Manuel Strassburger

Antolín: “La paso mal cuando toco”

Pese a que recién tiene 26 años, Antolín empezó “tarde” en la música. “Todos mis amigos eran músicos, pero yo no podía tocar. Creo que en el fondo no lo necesitaba. Cuando lo necesité, lo hice”, le dice al NO con esa mezcla de timidez, voz suave y modos serenos que lo caracterizan. “Sentía que podía hacer un dibujo, pintar un cuadro que me gustase o escribir algo que más o menos me sintiera satisfecho. Pero no una canción. Las que me salían me parecían horribles.” El cambio –que demuestra que no siempre músico se nace, también se hace– ocurrió hace dos años. “Me di cuenta de que varios de los poemas que venía escribiendo, a diferencia de otros, tenían una estructura de canción. Entonces agarré una guitarra y empecé a cantarlos.”

El resultado fue Buen finde, un EP frágil, hecho de guitarras acústicas (con alguna que otra distorsión) y voces que oscilan entre el susurro y el llamado de atención. Con una entonación que tiene algo del Bochatón de Cazuela y cierta afinidad con Carmensandiego, el grupo uruguayo que también adora hacer canciones con temáticas cotidianas y súbitos alaridos de voz. “Tener acceso diario a los músicos de esta ciudad, como el Bicho Bolita, Javi Punga o Reimon, me marcó mucho. Porque vivíamos la música de manera más cercana, más personal. Y cantábamos las cosas que vivíamos juntos.”

El disco de Antolín puede bajarse gratis del sitio de Laptra y se convirtió en el último objeto preciado, el álbum que recomiendan boca en boca quienes están atentos a la Zona Sur y La Plata, y adoran el espíritu barrial y artesanal de bandas como Viva Elástico, Sr. Tomate o 107 Faunos. “Me sorprendió empezar a recibir comentarios o ver letras de mis temas en nicks de msn. También que me invitaran a tocar”, dice Antolín con un dejo de timidez, como todavía no creyendo del todo esto de ser músico y componer.

Y está bien. Quienes lo han visto en vivo, lo saben: Antolín apenas gesticula cuando canta y lo más probable es que transcurra gran parte del show mirando al piso o chequeando la digitación de su guitarra. “La paso mal cuando toco”, reconoce. “Sea para un público de diez personas u ochenta. No soy una persona que le gusta exponerse. Siempre tuve perfil bajo”, suspira. “Pero –agrega– lo peor sucede cuando termino de tocar y tengo que escuchar los aplausos. En ese momento quiero desaparecer.” Y es que lo que pasa sobre el escenario, emociona. Sus canciones –pequeños temas como No siento nada, Asalto comando o Vigilante de la oscuridad– disuelven cualquier timidez del cantautor y terminan imponiéndose a fuerza de letras cotidianas y estribillos que se tararean casi desde la primera vez que se escuchan.

Antolín cuenta que su cabeza dio un vuelco cuando conoció Belleza y Felicidad, la galería-librería que regenteaba la poeta Fernanda Laguna y que fue epicentro de cierta literatura under hace unos años. “Llegué ahí y vi que había un montón de personas como yo que hacían sus propios libros, y que muchos de ellos eran geniales.” Ahí tomó contacto con varios hacedores de la poesía de los ‘90 y con gente como Cecilia Pavón, Daniel Durand y Fabián Casas. “Leerlos cambió mi forma de escribir y mi forma de ver las cosas. No exagero. Pasaba tardes enteras ahí adentro. Y Fernanda fue algo así como una mentora, que me empujaba siempre a los extremos de la escritura, me decía cosas como: ‘Si estás mal, hacé algo monstruoso’. Y yo intenté hacerle caso”, dictamina.

De aquella experiencia (que resultó en la edición de tres libros propios: Jabón Federal, Quiero destruir algo hermoso y Las personas no me quieren lo suficiente), Antolín conservó un impulso por escribir, que también comparte con sus compañeros de Laptra. De hecho, en los recitales es usual ver a Reno con las ediciones artesanales de sus relatos beatniks a cuestas. Y es probable que para fin de año salgan los primeros volúmenes del sello: sendos libros de Manu de El Mató y Gato de 107 Faunos, apadrinados nada menos que por Fabián Casas.

—En La Plata compartís movida con Reimon, que también tiene una inclinación por las canciones artesanales. Hace poco él sacó La vuelta al mundo. ¿Qué te pareció?

–Está muy bueno. Reimon hace cosas increíbles, siempre me gustó. Su disco O Reimon fue uno de los primeros que escuché. Me parecía increíble que viviera en la misma ciudad y que pudiera ser su amigo. Tuve la suerte de estar cerca de muchas de sus grabaciones y que me mostrara su evolución. El antes estaba algo inseguro de su voz, pero está claro que tiene una experiencia y un lenguaje propio genial. Su vivo es una clase para mí.

Reimon: “Me tocaba llevarles sandwiches a los artistas”

Alguna vez, cuando se reseñe el impacto durante esta década de las bandas de la Zona Sur y La Plata sobre el resto del circuito indie, habrá que detenerse un largo rato en Reimon, una de las figuras más esquivas de la movida (por su vida caótica y su producción poco difundida), pero sin duda una de las más decisivas. Al menos en cuanto a omnipresencia, productividad y aura: “Hago canciones, consigo recitales y ensayo con los chicos. Cuando surge una fecha, vamos y la hacemos. Como un ataque terrorista”, le dice al NO en una declaración que lo pinta bien en su frescura.

En actividad desde los ‘90, cuando con su hermano Juan Cruz (hoy director del visitado sitio de descargas Discos Independientes) empezaron a armar bandas, Reimon no sólo ya cuenta con cuatro discos solistas y participó (y participa) de numerosos grupos (los experimentales Hongo, los tecnopop Marikitas) sino que ofició de productor artesanal en varios otros y hasta co-fundó el sello Cloe, antecedente directo de Laptra o Cala Discos, las casas madres de El Mató y normA, respectivamente. “Cloe fue un sello muy anárquico”, cuenta. “Más que nada lo hacíamos para que te fueran a ver quince amigos en vez de cinco”, dice y ríe con su ocurrencia, aunque tenga claro que la experiencia no sólo significó el puntapié inicial de Sr. Tomate y el Bicho Bolita (hoy con banda propia en Neuquén, de donde es oriundo) sino también un aliciente para muchos de sus pares.

“De esa época, e incluso antes, salieron muchas bandas que hoy están tocando seguido o que lograron un nombre”, sostiene Reimon, y recuerda una fecha-fiesta en la casa de Chaume, guitarrista de El Perrodiablo, que fue iniciática para muchos de los que hoy buscan trascender desde el under de La Plata. Aquella vez, todos juntos y en el mismo patio, compartieron fecha Javi Punga y Billordo de Ned Flanders, Edu Tomate con Doma de los Perrodiablo en Klauzen and Rollerz, y hasta el primer recital de Chango de El Mató como bajista de Aneurisma (!), una extinta banda que compartía con Jo Goyeneche (hoy Valentín y los Volcanes). “Me gustaría hacer una carrera solista un poco más ordenada”, dice Reimon cuando mira para atrás. “Respetar ciertos estilos, hacer un crossover, ser romántico. Pero no me sale. Mi abuela era anarquista y me inculcó un poco eso.”

De vida nómade entre las casas de sus amigos, el día a día de Reimon siempre fue incierto. Sus padres se separaron cuando era pequeño y desde entonces tuvo que aportar mucho de sí mismo para sobrevivir. Fue –y es– albañil, trabajó en un videoclub durante muchos años y formó parte del Consejo de Rock de la Municipalidad de La Plata. Sección: catering. “Me tocaba llevarles los sandwiches a los artistas grandes que venían a La Plata. Chick Corea, Fito Páez, David Byrne y... los Vilma Palma”, suelta con una sonrisa. “Me acuerdo de cuando vino Peter Hammill. Nos pusimos a tocar Té para tres de Soda Stereo en el piano que había traído y cuando nos descubrió, pensamos que se iba a enojar. Pero nos dijo: ‘Very good’, y nos dio la mano” (risas).

Pero, por sobre todas las cosas, Reimon es un músico que tiene el don de la melodía. Una facilidad que ya había mostrado con Bichito y Autoanarquía, dos temas de sus primeros discos que rotaron bastante en varias radios de la zona como FM Record, Radio Futura y Radio Universidad. Y que se evidenció aún más en el flamante La vuelta al mundo, un álbum lleno de estribillos cantables y temas como Japoneses, Dinosaurios o Llamalo como quieras, que te ponen de buen humor con sólo escucharlos. “Tiene un mid-tempo que te da la sensación de estar viajando en micro”, acuerda Reimon, a propósito de las percepciones y estados de ánimo que dispara el álbum. “Traté de apartar los clichés, dejar de gritar en los temas punks o susurrar en los temas lentos. Creo que ahí se nota un cambio”, reflexiona. Si Buen finde, de Antolín, es el disco que muchos recomiendan para acompañar la melancolía cuando cae el domingo y se avizora el lunes (ver otra nota), La vuelta al mundo es su perfecto némesis: el secreto a descubrir que te alegra las mañanas.

—En La Plata compartís movida con Antolín, que también tiene una inclinación por las canciones artesanales. Hace poco él sacó Buen finde. ¿Qué te pareció?

–Me gusta. Me cabe que la mayoría de las canciones sean muy llevaderas. El chabón por momentos está cantando muy sentido y de repente se aleja. Me gusta eso. Lo mismo en la plástica, o cuando dibuja. Me encanta cómo expresa la cultura pop en los dibujos. Lo único malo es que nunca lo vi bailar (risas).

Fuente: No Página 12

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