sábado, 14 de noviembre de 2009

“Hoy lo más nuevo pasa por el teatro”

Palabra de cineasta. La directora que debutó con el film Hermanas, habla de su nueva película y del estado del cine argentino.

ENTREVISTA A JULIA SOLOMONOFF

La directora estrena El último verano de la Boyita. La historia de una nena de ciudad en la preadolescencia, y su relación con un chico hermafrotida. Entre lo mejor nacional de este año.

Por Leonardo D´Espósito

Julia Solomonoff sonríe estoicamente aunque el estreno de su película, por falta de salas, se retrasó una semana. “Por suerte –dice– somos argentinos y nos acostumbrarnos a tomarnos las cosas con soda”. Pelo corto, sonriente, la directora de El último verano de la Boyita –de lo mejor nacional en el año– ve su película como algo muy próximo a ella, más que su ópera prima, Hermanas.

“Creo que es lo más autobiográfico que me he atrevido a hacer hasta ahora –cuenta–. Tuve una infancia muy parecida a la de la protagonista: nací en Paraná, viví en Rosario, padres médicos, el crecimiento de mi hermana mayor implicó también de alguna manera adelantar ciertos cambios de la pubertad. Y también a esa edad escuché, por primera vez, esta historia por parte de mis padres: la de un chico del campo que a los 11 años aparece con una menstruación. Lo que me interesó fue más bien quedarme en la perspectiva de la curiosidad para tratar de entender qué era lo que le pasaba al personaje de Mario”.

–En tus dos largos aparece la identidad como un campo en tensión.

–Creo que este film tiene en común eso con Hermanas: el descubrimiento de lo que implica una identidad. Me gusta esa idea de la identidad como campo de tensión, definida por uno y por el resto. Y con las expectativas de los demás, aquí sobre lo que es ser hombre o ser mujer; en Hermanas lo que implicaba ser militante o “traidor”, como dijeron algunos, un término que para nada formaba parte de mi vocabulario.

–¿Te molestaría que lean tu película como “la del hermafrodita”, como sucedió con la crítica post Bafici?

–No quería hacer un film sobre una persona “rara”; justamente quería construir un mundo donde eso fuera natural. Porque, después de todo, pasa media hora hasta que se sabe qué le pasa a Mario. Para mí es bastante destructivo –y no sólo como “marketing” de la película– que se la simplifique como “la película del hermafrodita”. Porque para mí el asunto es más profundo que eso: es que cada uno define lo que es, y eso no debería ser una tragedia. Y a veces se carga las tintas con la tragedia en busca del efecto, y entonces hay algo que se pierde. Me pasó lo mismo con Hermanas, te metés con algo muy dramático, como es alguien que desaparece, y yo no quería escenas de torturas o algo de eso. Se sabe, y además corrés el riesgo de reproducir lo mismo que estás denunciando. Si en este caso uno habla del estigma, la diferencia, uno termina casi justificando la segregación.

–¿Cómo es trabajar con chicos de 10 u 11 años, que es una edad tan difícil? Más si la historia gira alrededor de algo tan espinoso como la identidad sexual.

–Lo que hicimos con ellos fue no contarles toda la historia, sino que a medida que iba avanzando y preguntaban, les íbamos dando la información de qué les pasaba a los personajes. Eso no es casual: fue muy importante en esto el trabajo que hicimos en la investigación con Liliana Ongaro, del hospital Garrahan. Ella tenía un caso muy similar en Santa Fe. Le pregunté cómo se le decía a un chico lo que pasaba y ella me explicó que a un chico de 12 años no se le dice: se lo escucha. Después se habla con los padres y después, a medida que él quiere saber, se va contando. Eso mismo es lo que aplicamos en el proceso de la película.

–Hace unos años, parecía que el cine argentino nuevo iba a explotar y conseguir un lugar enorme. Ahora es dificil ver las películas. ¿Qué creés que pasó?

–Ha habido cambios importantes en lo que es la producción y la tecnología, en las generaciones y la estética. Pero no hubo ni un solo cambio importante del lado de la distribución y la exhibición. Ésa es la ausencia que más se siente, la falta de un lugar de encuentro y visionado. Creo que el cine argentino creció mucho desde la realización e incluso desde la crítica, pero fue un crecimiento a medias porque eso no fue acompañado por la parte del negocio. Y no digo grandes cosas: mirá lo que pasa con el teatro, que tiene un montón de bocas alternativas que funcionan. Y hoy es mucho más convocante para un joven que busca cosas nuevas el teatro que el cine; nuestro público, hoy, tiene de 40 años para arriba. Y eso es la muerte para nosotros.

Fuente: Crítica

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