lunes, 16 de noviembre de 2009

El arte está de remate

Radiografia del mercado de obras de arte argentino

Manejando cifras siderales, considerado el mercado más estable en donde depositar los ahorros después de la crisis internacional, las piezas artísticas se erigen como fetiches que se compran al mejor postor en Buenos Aires. Recorrido por un mundo que parece una burbuja.

Precios entre fascinantes e inverosímiles. Las sumas siderales que los argentinos “de buen pasar” invierten en obras artísticas resuenan en un angosto salón de paredes amarillas, a pocos metros de una avenida en Capital Federal en donde una familia de cartoneros frena su carro para hurgar en las decenas de bolsas de basura que aguardan ser recogidas por el camión recolector.

¿Hubiera imaginado acaso Van Gogh que hoy sus dos mil cuadros iban a cotizar en miles de euros, cuando, cansado de una existencia de miseria mientras intentaba triunfar como pintor, se pegó un tiro? Pues hoy más que nunca, en el arte, del fracaso al éxito se transita un solo paso, que se da acompañado de un largo adosamiento de ceros al valor de intercambio comercial de una obra.

Las actuales proyecciones económicas hablan de que, si bien nadie espera que el volumen de ventas de arte argentino en subastas alcance en este 2009 los 14,1 millones de dólares logrados en la temporada pasada, los pronósticos sí vaticinan entre 8 y 10 millones. Al cerrar el mes de junio, las tarimas porteñas ya habían vendido unas 1.500 obras de escuela argentina por valor de 4,3 millones de dólares. A pesar del clima recesivo, este año 17 artistas superaron sus récords en remates, entre ellos Rómulo Macció, Juan Doffo, Nicolás García Uriburu, Pablo Siquier y los geométricos Ary Brizzi y Miguel Angel Vidal.

En cifras contantes y sonantes expresadas en dólares, en las subastas de Buenos Aires de entre mayo y junio de 2009 las cotizaciones más altas fueron para Señales, de Rómulo Macció, por 59.415, seguido por el cuadro América-Sur, de Nicolás García Uriburu, que fue comprada por 41.480; Niña del moño blanco, de Lino Spilimbergo, en 40.360; y Chamuyando, de Molina Campos, en 38.760.

¿Quién da más?

Son las 19.45. El timbre del lugar suena fuerte, y cada dos o tres minutos. Desde adentro, una muchacha joven sentada detrás de un escritorio con una computadora encima pispea quién llama y luego toca el botón para que la puerta, con un empujón de quien llegue, pueda abrirse. Un hombre pelado y de panza prominente, vestido con traje azul sin corbata y mocasines, entra acompañado por una señora menuda prolijamente peinada con un brushing de peluquería. La mujer señala las diez filas de seis sillas de madera plegables con almohadón de felpa roja que están apostadas en el angosto salón de paredes amarillas y le pregunta con un gesto adónde se sientan. “Adelante”, indica él, y se acomodan en la primera fila.

Hola, Adrián”, lo saludan desde atrás los que van llegando: dos hombres de unos 60 años de anteojos y camisa a rayas, otro más grandote, con un saco azul abierto y un catálogo bajo el brazo. Llega una señora anciana, de rostro estirado, muy encorvada, y se sienta por el medio. El lugar se está poniendo caluroso, un poco por las luces dicroicas que apuntan a los cuadros de artistas argentinos que están colgados en las paredes, otro poco porque el lugar está alfombrado.

Una joven de musculosa fucsia se ocupa de colocar sobre cada asiento una pila de papeles impresos apoyados: las fotocopias anuncian que lo que se subastará el próximo 24 de noviembre serán obras literarias. Y también hay otro librito, impreso a color, que detalla los “lotes” (obras) que esta noche serán rematados en la “XIX subasta de Arte Argentino”. Mientras los que se van sentando hojean los dos apuntes, suena de fondo el sonido de una cumbia que viene de la calle Esmeralda. El chinguichingui se mezcla con el ruido de los obreros que están trabajando en la reparación de la angosta vereda y el de los colectivos que pasan.

Tres muchachos de treintipico entran para quedarse parados atrás, hablan fuerte, “ese cuadro es de López Anaya, ¿no lo tenés? Es conocido”, comentan, “ese se compra con los ojos cerrados”. “Buenas noches”, dice el señor calvo, de traje con corbata negra de puntitos, que aparece en el fondo del lugar, y anuncia: “Vamos a dar comienzo a la subasta”. Al lado de su atril, hay un trípode de madera vacío. Detrás de él, se van turnando uno de los dos ayudantes jóvenes que se encargan de traer las obras a medida que se anuncia su puesta en remate. Las colocan por sobre los barrotes de madera en exhibición, bien alto, por no más de treinta segundos, mientras el señor pelado comenta las bondades de la obra, realiza un brevísimo repaso del autor y de la historia por detrás del cuadro. “Esta magnífica obra de Carlos Alonso que hoy tenemos como base en 1.500... 1.500... base”, dice el subastador, y el que se la lleva es... Carlos. La muchacha de fucsia se acerca y pone a unos 30 centímetros de su cara un talonario de facturas que indica la cifra a pagar. Carlos la firma.

El ritual de poner una obra a merced de los que concurrieron al remate se repite ciento doce veces. La obra “más importante de la subasta”, de Buttler, que cuesta 15 mil dólares de base, queda sin comprador a la vista. El resto de las obras se compran, en su mayoría, en alrededor de 1.500, y hasta 8.000 pesos. Muchas se las llevó Adrián, la mayoría. Y otras tantas quedaron sin venderse.

Amistades peligrosas

En el mercado del arte los bienes que se intercambian no son producidos por hombres de negocios sino por realizadores de objetos estéticos. Aunque los hombres de negocios no están del todo ajenos. Carlos Mario Casasco Drago es economista, y desde hace seis años dirige el espacio de arte Minerva, ubicado cerca de Florida, en la calle Esmeralda de Capital Federal. Un par de veces al mes modera allí subastas de obras de arte. “Me dedico a esto por pasión, aunque lo mío sea la administración de empresas”, dice a Hoy mientras seca su rostro sudado con un pañuelo descartable. La temperatura del ambiente de subasta lo dejó empapado, y eso que “hoy faltó el hombre que compra las obras a más elevado precio”, dice. También, nombra a la crisis internacional como la responsable de que “desde hace un año y medio más o menos, las ventas cayeron un poco”.

Carlos no es el único que se dedicó a montar su propia casa de subastas. En Buenos Aires existen al menos 10 casas similares, entre ellas las sedes de las internacionales subastadoras Sotheby’s y Christie’s. “Esta es una casa humilde, familiar”, confiesa el director de Minerva. Es que, más allá de que muchos artistas jamás se han preocupado por el éxito comercial, algunos hombres acaudalados sí se han preocupado por rodearse de artistas y por coleccionar sus obras. La familia banquera de los Medici fue mecenas de los mejores artistas de la Florencia renacentista, entre los que se cuentan los geniales Donatello y Miguel Angel. Más cerca en el tiempo, Andrew Carnegie, Andrew Mellon, Jean-Paul Getty y Bill Gates son apenas algunos ejemplos de magnates que invirtieron millones en la formación de importantes colecciones privadas.

Según el estudio Art Market Trends 2004, el mercado artístico es considerablemente más estable que la bolsa y mucho menos sensible a crisis económicas y políticas. ¿Cuánto más estables? Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, mientras un terremoto sacudía las bolsas mundiales, las cotizaciones de las obras de arte apenas se resintieron.

El mercado internacional, por las nubes

Si esto sucede en Argentina, a pocos kilómetros de La Plata, en lugares como Nueva York las cifras se multiplican por millones. El cuadro más caro del mundo es un Pollock de 109 millones de euros. Y mientras en Argentina un cuadro de Pettoruti se cotiza en alrededor de 300.000 pesos, en las subastas de Nueva York el precio se eleva a más del doble: 780.000, como mínimo. Sotheby’s y Christie’s son las dos grandes rematadoras a nivel mundial, con filiales a lo largo de todo el planeta. Incluso tienen, cada una, una sede en Argentina, en Capital Federal.

Según explican desde Christie’s, desde hace tiempo se prefiere invertir en arte porque hay menos confianza en los mercados bursátiles. “Hay mucha volatilidad financiera por las guerras, el petróleo, entonces, en medio de todo esto, la obra de arte resulta ser algo único y es una excelente inversión. Como no hay confianza por todo lo que pasó con las grandes compañías que defraudaron a los inversores, desde hace dos años no hay techo para las subastas”, explicaron las autoridades en un reciente informe.

Claro que, a la hora de cotizar, el mercado apunta al centro: los latinoamericanos, los africanos, los asiáticos miran esos números muy desde abajo. El argentino más cotizado, por ejemplo, es Antonio Berni: Desocupados se vendió en 800.000 dólares. El arte mueve fortunas, y ni hablar a nivel internacional.

Fuente: Hoy

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