domingo, 29 de noviembre de 2009

Cómo enfrentar esas pequeñas cosas sucias

De la tele a las librerías. Charlotte Roche pasó de conducir programas televisivos a ser la autora alemana más vendida de los últimos años con Zonas húmedas, una novela provocadora y creativa.

Charlotte Roche, autora de Zonas húmedas, una novela porno y escatológica que es sensación en europa

Un millón y medio de ejemplares vendidos, traducciones a 25 idiomas y una autora de 31 años que hasta su flamante fama literaria era presentadora de la televisión alemana.

Philip Oltermann

Hay una teoría sobre la cultura alemana que dice algo como esto: los alemanes son muy buenos en todo tipo de cosas –haciendo películas, autos, cerveza–, pero para ser verdaderamente popular ante gente que gusta considerarse a sí misma como intelectual hay que escribir un libro.

Charlotte Roche, 31 años, quien nació en Inglaterra pero creció en Alemania, es una cara reconocible desde que empezó a trabajar como presentadora en Viva, el equivalente alemán de MTV, a mediados de los 90. Luego continuó escribiendo y presentando programas y talk shows nocturnos para los canales Arte y ZDF y ganó el muy respetado Premio Grimme para televisión en 2004. Pero sólo ahora que escribió su primer libro la gente está preparada para tomarla en serio.

Zonas húmedas (Anagrama) está narrada por Helen Memel, de 18 años, una adolescente franca y directa cuya tenacidad infantil es acompañada de una prematura confianza sexual. Luego de un intento frustrado de afeitarse sus partes íntimas, Helen termina en hospital. Rodeada por instrumentos de cirugía y máquinas rayos X, ella reflexiona sobre las maravillas excéntricas del cuerpo femenino. Es una novela explícita, de a ratos chocante, pero también un sorprendente trabajo literario que evoca la voz de J. D. Salinger en El cazador oculto, la perversión de J. G. Ballard en Crash y la agenda feminista de Germaine Greer en La mujer eunuco.

–Tenías una carrera muy exitosa en televisión, ¿por qué decidiste escribir este libro?

–Primero que nada, los temas que aparecen en mi libro –el cuerpo, la enfermedad, los hospitales, la masturbación– son temas con los que siempre estuve fascinada. Me atrevo a decir que son mis temas favoritos. Cuando alguien en una cena dice que tuvo una operación, yo soy la primera persona en gritar: “¡Dejame verla ya!”. O sea que son asuntos que están cercanos a mi corazón: no es que decidí escribir un libro chocante primero y después escribí las cosas más desagradables que pude imaginar. Disfruto de pensar en detalle sobre estos asuntos. Estoy convencida de que en la sociedad contemporánea muchas mujeres tienen una relación muy extraña con sus propios cuerpos. Estamos obsesionadas con la limpieza, con deshacernos de nuestras excreciones naturales y los pelos de nuestro cuerpo. Así que yo quería escribir sobre las partes feas del cuerpo humano; los jugos del cuerpo femenino. Para contar esa historia, creé una heroína que tiene una actitud totalmente creativa sobre sus gustos, alguien que nunca escuchó que las mujeres son supuestamente olorosas entre sus piernas. Un espíritu realmente libre.

–Por la manera en que hablás de Zonas húmedas, suena más como un manifiesto que como una novela. ¿Está bien decir que hay dos libros compitiendo en uno solo?

–Sí, creo que eso es cierto. Originalmente, quería escribir un libro de no ficción. En el núcleo de esta intención había un sentimiento general: yo estaba celosa por el hecho de que los hombres tienen un largo rango de diferentes nombres para sus órganos sexuales, mientras nosotras las mujeres todavía no tenemos un lenguaje para nuestro deseo. Por ejemplo, yo todavía pienso mucho que las mujeres no se masturban, simplemente porque nosotras no sabemos cómo hablar sobre ello.

Quería mostrar cómo un montón de principios emancipatorios de los 60 y 70 todavía no llegaron como deberían. En ese sentido, este libro es un manifiesto, y creo que tiene un mensaje serio.

–Muchas de las críticas describieron tu libro como “pornografía literaria”. ¿Te molesta esa definición?

–Para nada; me parece bien. Quería escribir sobre el cuerpo femenino de manera divertida y entretenida, pero también sexy. De alguna manera, este tipo de reacciones sólo han justificado mi visión. Muchos hombres me han dicho: “Ey, algunos pedazos de tu libro son sexies, ¿no?”. Y yo les respondí: “¡Gracias!”, porque estaban hechos para serlo. Pero ninguna mujer me dijo lo mismo. “Wow, esto me puso muy caliente”, no es algo que una mujer se atrevería a decir.

Pero es más que sólo porno. Para empezar, no es verdaderamente sexy, es incluso un poco desagradable. Están las hemorroides, la lesión de los esfínteres de Helen, y así. O sea que cuando leés el libro y te excitás un poco, enseguida te vas a enfriar de nuevo. Yo quiero presentar el paquete completo: las mujeres no son sólo un espacio sexy, ellas también se enferman, tienen que ir al baño, sangran. Si vos amás alguien, vas a tener que enfrentar todas estas pequeñas cosas sucias.

Fragmentos no pornográficos de una novela salvaje

Considero muy importante cuidar a los ancianos en el seno familiar. Hija de divorciados que soy, deseo, como casi todos los hijos de matrimonios separados, que mis padres vuelvan a estar juntos. Cuando estén necesitados de atención, sólo tendré que meter a sus nuevas parejas en un geriátrico; después los cuidaré a ellos dos en casa, donde los acostaré en la misma cama hasta que mueran. Ésta es para mí la idea suprema de la felicidad. Sé que en algún momento podré hacerlo, sólo tengo que esperar con paciencia.

(...)

Pestañas de ese calibre las llamo yo bigote ocular. No soporto para nada que los hombres tengan pestañas tan bonitas. Ya en las mujeres me molesta. Las pestañas son uno de los grandes temas de mi vida. Es un detalle en el que siempre me fijo. Lo largas que son, lo tupidas, su color, si están teñidas, rimeladas, rizadas o pringadas de legañas. Muchas tienen las puntas claras y el arranque oscuro y parecen más cortas de lo que son. Si a unas pestañas así se les pone rímel parecen el doble de largas. Yo, durante muchos años de mi infancia, no tuve pestañas. Pero sé que antes de eso recibía muchos halagos por mis pestañas largas y espesas, todavía me acuerdo perfectamente de ello.

Un día, una mujer le preguntó a mamá si no le molestaba que su hija de seis años tuviera las pestañas más tupidas que ella, a pesar de que se las rizaba y maquillaba. Mamá siempre me decía que había un viejo dicho gitano según el cual lo que le proporciona a uno demasiados halagos acaba estropeándose. Ésa era su explicación también cada vez que le preguntaba por qué yo ya no tenía pestañas. Pero recuerdo una imagen. Me despierto en mitad de la noche y veo a mamá sentada en el borde de la cama donde suele leerme los cuentos; pero esta vez me sujeta la cabeza con una mano y yo siento un metal frío en los párpados. Ris ras. Ojo por ojo. Y la voz de mamá diciendo: “Estás soñando, hija”.

Revista Granta
Traducción: Iván Schuliaquer
Fuente: Crítica

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